Quiero hacer una confesión que quizás te ayude a desenredar la madeja de tu vida. ¿Vamos? ¿Sabes cuándo, en realidad, comencé a tener éxito en mi vida? Justo el día que decidí dejar atrás la obsesión de encontrar unafórmula o un libreto y me dediqué a trabajar en mí. Desde el día en que me enfoqué en construir mi mejor versión, el éxito es mi fiel compañero.
Es probablemente que alguna vez hayas escuchado que “Cuanto más buscas el amor es cuando más lejos estás de él”. Bien, pues esa premisa se aplica también al éxito en la vida o en los negocios, sea cual fuere la idea que tengas de él. Si te has enamorado, si el amor llegó a tu vida, sabrás que no es necesario buscarlo porque la vida misma lo pone en tu camino.
Con el éxito sucede igual: mientras tú andas distraído buscándolo por doquier, no te das cuenta de que ya eres exitoso en múltiples formas. Quizás no en las que deseas, en las convencionales (ser millonario, ser reconocido, vivir sin necesidad de trabajar, poseer bienes materiales y riqueza), pero sí en aquellas que son realmente valiosas y poderosas.
¿Sabes a qué me refiero? Las que te permiten vivir en paz, con tranquilidad, alineado con tu propósito de vida y convencido de la misión que te fue encomendada. ¿Cuáles? Salud, conocimiento, experiencias vitales, aprendizaje de tus errores, compañía de las personas adecuadas y el privilegio (la capacidad) de influir positivamente en la vida de otros.
Hay algunos que consideran que el éxito es producir dinero, tanto como puedan, para darse comodidades materiales y vivir a sus anchas. Y está bien, es válido. Para otros, en cambio, el éxito es disponer de libertad para viajar a placer, para hacer lo que les venga en gana, sin responsabilidades, sin ataduras, sin imponerse límites. Y está bien, es válido.
Para algunos más, el éxito radica en atesorar el reconocimiento de otros a través de sus cargos, de su salario, de su imagen pública, de cómo los perciben los demás. Y está bien, es válido. Para otros más, mientras, ese éxito es algo más convencional: conformar una familia, tener un trabajo estable, disfrutar de los amigos y de la vida sin mayores expectativas. Y está bien, es válido.
Estoy seguro de que tú, que lees estas líneas, también tienes tu propia definición de éxito. Sea cual fuere, está bien y es válida si te brinda la paz, la tranquilidad y el bienestar que deseas. Te lo repito: no hay fórmulas, ni libretos: el éxito es una construcción propia. Fue algo que me costó aprender, que tardé en aprender, pero que me resultó muy útil cuando lo incorporé.
Con frecuencia, las personas se acercan a mí con una inquietud muy precisa: quieren conocer cuál es la fórmula de mi éxito. Y, ya lo sabes, no existe. No una fórmula, aunque sí un método, es decir, una construcción constante, diaria, que responde a un plan y a unas estrategias que fueron diseñadas para conseguir los objetivos que me he planteado. Método, no fórmula.
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Un método que, valga aclararlo, no está terminado: todos los días se alimenta, se renueva, se refuerza con las nuevas experiencias, con el aprendizaje de los errores que cometo, con las enseñanzas de mis hijas y de mis clientes. Sin embargo, y esta es la parte positiva, los pilares que soportan mi éxito ya están instalados, son muy claros. ¿Cuáles? Te los comparto:
Primero: la educación.
Soy un eterno aprendiz. Me capacito en diversos frentes, asisto a eventos, sigo los consejos de mis mentores y procuro desarrollar habilidades que fortalezcan y amplíen el conocimiento que he adquirido. De manera especial, trato de aprender cada día del mercado, que es una fuente inagotable, para bien o para mal. La educación es mi principal legado, sin duda, el más valioso.
Segundo: la compañía.
Nunca estoy solo. Hace muchos años que enterré el síndrome del emprendedor solitario, que valga decirlo me atormentó por un tiempo. Hoy, me acompañan mis socios, mis colegas, mis mentores y, además, mis clientes que son, de manera especial, mis primeros maestros. ¿Lo mejor? Mi comunidad privada del Círculo Interno, en la que me rodean personas increíbles.
Tercero: la mentalidad.
Soy abierto al cambio, me adapto a las circunstancias y, sobre todo, jamás me quedo quieto. Entiendo la dinámica del mercado y trato de aprovecharla. La vida me enseñó, además, que el 90 por ciento del éxito, en cualquier actividad a la que te dediques, corresponde a la mentalidad. El conocimiento, tus dones y talentos y experiencias son el restante 10 %.
Cuarto: la persistencia.
Cada día de mi vida lo asumo con el entusiasmo del primero y con la pasión del último. Caigo y me levanto, porque no estoy dispuesto a renunciar a la vida que me merezco. Aprendí que el éxito no es una carrera de 100 metros, como anhelan tantos, sino una ultramaratón. No es, tampoco, cuestión de velocidad, sino de método y, sobre todo, de nunca rendirse.
Quinto: el propósito.
Sin un propósito claro, nunca llegarás a donde quieres. Más bien, deambularás de aquí para allá sin saber cuál camino tomar. Desde que descubrí el mío, dedico mi vida a ayudar a otros a transformar su vida y a cumplir sus sueños. Es un privilegio y un compromiso que procuro honrar cada día, razón por la que me preparo, procuro ser cada día mi mejor versión.
Sexto: la acción.
Implementar, probar, corregir y volver a hacer es la clave para conseguir los resultados que me propongo. No hay otro camino y tampoco es un atajo. Y esto último es muy importante porque ahora son muchas las personas que le apuestan al éxito exprés y luego lo lamentan. Lo pierden todo, inclusive, la ilusión. Tomar acción es lo que le da valor a tu conocimiento, a lo que haces.
Como ves, no hay secretos, nada extraordinario en el sentido de que son acciones y decisiones que cualquier persona, que tú puedes tomar. Porque, y este es el mensaje que te quiero transmitir en estas líneas, lo que debes saber es que el éxito, sea cual sea tu idea de él, es una elección. Depende de ti, exclusivamente. No dudes de lo que mereces: ¡ve y búscalo!