Antiproductividad

Odio el concepto de productividad.

Lo odio ahora que me he dado cuenta del daño que puede hacer la cultura de la ultraoptimización del tiempo.

De la misma manera que algunos gurús de la nutrición consiguen que desarrollemos una mala relación con la comida haciéndonos sentir culpables cada día que no nos metemos un brócoli en la boca, los gurús de la productividad me han hecho sentir como una mi*rda si no escuchaba un podcast de negocios cada vez que salía a caminar.

Tienes que instalarte una app para registrar hábitos. Un calendario donde marcar hasta los momentos de descanso. ¿Un monitor? Mejor dos. Así ves una charla TED en uno mientras respondes correos con Superhuman. Y recuerda leer un libro a la semana, así que mejor suscríbete a un servicio de resúmenes u obtén las ideas ya digeridas en un vídeo de YouTube de 5 minutos. ¿Qué loco perdería el tiempo leyendo Antifrágil entero?

Cuando tratas de optimizar tanto el tiempo es inevitable que alargues la jornada laboral y expandas la filosofía productiva a otros ámbitos. ¿Por qué trabajar 6 horas si puedes trabajar 12 y obtener el doble de resultados? ¿Por qué no tratar de monetizar el último hobby al que te has aficionado? Quizás puedas vender en Etsy esos dibujos por 2$ a alguien que todavía no sabe redactar un prompt.

La productividad descontrolada es la puerta de entrada a la ansiedad y el estrés. Por eso la odio. Por eso la temo.

Y por eso, desde hace un tiempo, hago un esfuerzo —esfuerzo, sí, porque la sociedad me arrastra a lo contrario— por ser antiproductivo.

Me he apuntado a un curso de carpintería y ebanistería en un taller local —y no tengo pensado montar un Shopify para vender lo que construyo. Ahora me aburro cuando espero a alguien porque no tengo redes sociales con las que llenar el vacío, pero ese aburrimiento me ha llevado a ideas y reflexiones antes silenciadas. Sigo con las clases de tenis. Continúo viajando cuando quiero. Leo ciencia ficción todas las noches sin sentirme culpable, sin ponerme objetivos de cantidad de libros. Me despierto sin despertador. No hago reuniones. Sí me reúno con amigos y, cuando lo hago, estoy presente, no en conversaciones paralelas por WhatsApp. Trato de disfrutar con mi trabajo haciendo una cosa cada vez, sin multitarea, y soy benevolente conmigo si caigo en madrigueras de conejo y me encuentro, dos horas más tarde, leyendo sobre hidrozoos en Wikipedia.

He hecho las paces con no llevar mi negocio «al siguiente nivel» ni lograr lanzamientos de 6 ó 7 cifras. He hecho las paces con no estar al día de la última tendencia en Twitter X. He hecho las paces con ser un mindundi en el ecosistema emprendedor; con que me tachen de conformista y poco ambicioso. He hecho las paces con que mi definición de éxito no sea la misma que el resto del mundo.

He elegido intuición y valores frente a facturación y métricas. He elegido riqueza frente a dinero. He elegido familia, salud, experiencias, inquietudes y tiempo. He elegido paz mental y una vida tranquila.

He elegido seguir siendo antiproductivo.

Feliz comienzo de semana,

Bosco Soler

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