Enfrentarnos cada mañana a nuestra infinita lista de tareas pendientes nos provoca una profunda desazón porque contemplar cómo esta crece día a día no es sino un síntoma de nuestra escasa pericia gestionando la productividad.
Cuando sentimos que no somos suficientemente productivos, tratamos de congraciarnos con la productividad haciendo aún más interminable nuestra ya larguísima retahíla de tareas pendientes.
Esta manera de aproximarnos a la productividad es, no obstante, criptonita en estado puro si lo que queremos es exprimir hasta la última gota nuestro tiempo. Y es que ser más productivos no es una cuestión de hacer más sino de hacer lo mismo de manera más eficiente. En un artículo para Inc. David Fenkel enumera algunas claves para espolear la creatividad sin estirar como el chicle la lista de tareas pendientes:
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1. Sentirse cómodo dejando cosas por hacer
El camino que conduce a la productividad pasa por aprender a sentirnos cómodos con la idea de que vamos a dejar cosas sin hacer en nuestra lista. Al fin y al cabo, probablemente muchas de las labores que forman parte de esa lista ni siquiera merecen ser acometidas (o bien pueden esperar perfectamente).
2. Aprender a priorizar
En ocasiones solo completamos un par de tareas a lo largo del día, pero esas tareas son especialmente perentorias y el tiempo volcado en ellas tiene definitivamente más valor que el que hubiéramos dedicado a diez o quince tareas menores.
A lo hora de enfrentarnos a nuestra lista de tareas pendientes debemos tener en cuenta que algunas cosas tienen definitivamente mucho más peso que otras. Y nuestro trabajo es aprender a reconocer aquellas tareas en la que necesitamos realmente enfocarnos y cuáles pueden ser dejadas al margen (al menos momentáneamente).
Aprendiendo a priorizar ahorraremos tiempo y no necesitaremos dedicar esfuerzo adicional por culpa de los errores que cometemos por no exprimir todo lo que podríamos nuestra jornada laboral.
3. Desembarazarse de la «ceguera del tiempo»
Nos embarga la «ceguera del tiempo» cuando no comprendemos realmente cómo fluye el tiempo que tenemos a nuestra disposición y, por ende, aun estimando que algo nos llevará solo media hora, terminamos necesitando hasta dos y tres horas para completar lo que tenemos entre manos.
La «ceguera del tiempo» puede ponernos las cosas particularmente difíciles a la hora de planificar nuestro día y decidir cuánto tiempo vamos a dedicar a cada tarea.
Para zafarnos de este corrosivo fenómeno una buena idea es ponernos un temporizador de 30 minutos cuando nos zambullimos en una tarea y apuntar después pormenorizadamente lo que hemos podido hacer durante ese periodo de tiempo. Aprenderemos así a saber cuánto tiempo nos lleva acometer ciertas tareas y a planificar nuestro tiempo de manera más oportuna.
4. Dejar aparcado el miedo
A menudo tendemos a posponer sine die aquellas tareas que nos resultan particularmente intimidantes. Sin embargo, si de verdad queremos ser más productivos, debemos dejar de procrastinar e hincar el diente en primer lugar a las tareas que más zozobra nos provocan.
De esta manera, haremos sitio en nuestra lista a tareas más apetecibles y dejaremos de consumir ingentes cantidades de energía mental preocupándonos por aquello que hemos estado aplazando.